
El ego suele tener una visión muy limitada de la realidad, y sólo acepta su punto de vista, su modo de entender el mundo, e incluso de amar. Pocas dimensiones pueden ser más dañinas y destructivas como el egoísmo en cualquiera de sus ámbitos, ya sea a nivel de amistad, a nivel laboral o en el seno de una pareja. Al ego le gusta que las cosas sean como uno desea, que el mundo se ordene milimétricamente de acuerdo a sus perspectivas, a su concepción personal de lo que está bien y lo que está mal. No le gusta lo imprevisto, ni lo espontáneo, las reacciones que escapan a su control y que expresan voluntad propia. El ego es el padre del apego. Para amar en plenitud, debemos “desactivar el ego”, permitiendo así que la pareja nos ame en libertad, siendo una persona con voluntad propia, y no como “nosotros deseamos”. El amor que se ofrece con espontaneidad y de modo íntegro, es sin duda el amor más pleno y auténtico. Claro está sin llegar a la indiferencia. Con aprecio. Victor.
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