No fue de un día para otro. No hubo una decisión consciente ni una despedida clara. Perderte fue un proceso lento, casi imperceptible, y lo más doloroso es que ocurrió mientras aún estábamos ahí. Me dediqué a perderte en los pequeños descuidos, en las palabras que no dije, en las veces que elegí el orgullo en lugar del diálogo.
Me dediqué a perderte cuando creí que el amor se sostenía solo por historia compartida y no por presencia diaria. Cuando pensé que ya sabías lo que sentía y dejé de demostrártelo. Cuando convertí la rutina en excusa y el cansancio en distancia. No te perdí por falta de amor, te fui perdiendo por falta de conciencia.
Me dediqué a perderte cada vez que postergué una conversación importante. Cada vez que preferí el silencio para evitar incomodidad. Cada vez que minimicé lo que sentías, creyendo que no era tan grave. No entendí a tiempo que lo que no se habla se acumula, y lo que se acumula termina rompiendo.
También me dediqué a perderte cuando dejé de mirarte como alguien que seguía cambiando. Te vi como algo seguro, como algo que siempre estaría ahí, y olvidé que el amor no se garantiza, se cultiva. Que las personas no se quedan por costumbre, sino por sentirse vistas, escuchadas y valoradas.
Lo más duro fue darme cuenta de que no te alejaste de golpe. Te fuiste cansando. Te fuiste apagando. Y yo, ocupado en mis propias luchas, no supe leer las señales. No supe detenerme a tiempo para preguntarte cómo estabas de verdad.
Me dediqué a perderte creyendo que habría más tiempo. Que después hablaríamos, que luego mejoraríamos, que mañana sería distinto. Y el mañana llegó pero ya no estabas. Porque el amor no se va cuando alguien deja de querer, sino cuando deja de sentirse importante.
Hoy entiendo que perderte no fue mala suerte. Fue una suma de omisiones. Fue no elegirte cuando aún podía. Fue no cuidar lo que ya tenía por estar seguro de que no se iría.
Esta reflexión no nace desde la culpa, sino desde la conciencia. Porque perderte me enseñó algo que no quiero olvidar: amar no es sentir, es actuar. Es estar. Es escuchar. Es elegir todos los días, incluso cuando cuesta.
Me dediqué a perderte, pero ahora me dedico a aprender. A no repetir ausencias. A no callar lo importante. A no confundir amor con comodidad. Porque hay pérdidas que no se pueden revertir, pero sí pueden transformarse en lecciones profundas.

