Niño Interior


Dentro de ti habita un niño que aún respira entre tus silencios.

A veces lo olvidas, lo escondes detrás de las responsabilidades, del cansancio, de las máscaras que usas para sobrevivir en un mundo que no siempre abraza la vulnerabilidad. Pero él sigue ahí, esperándote, con la misma mirada limpia con la que alguna vez vio el cielo y creyó que todo era posible.

Ese niño no sabe de metas ni de obligaciones. No busca ser perfecto ni fuerte todo el tiempo. Solo quiere sentir, jugar, imaginar, crear sin miedo al juicio. Quisiera correr bajo la lluvia, reír sin razón, o llorar cuando algo le duele, sin que alguien le diga que está mal hacerlo.

Pero tú, con el paso de los años, fuiste olvidando su voz. Le pediste silencio cuando el mundo te exigió madurez. Le cerraste la puerta cuando las heridas dolieron demasiado. Y sin darte cuenta, lo dejaste solo, temeroso y confundido, esperando que algún día volvieras por él.

Tu niño interior no te reclama; te espera con paciencia. A veces se asoma en tus emociones más puras: en esa lágrima que no sabes de dónde viene, en la nostalgia de algo que no puedes nombrar, en la ternura que te conmueve cuando ves a alguien inocente y libre. Te habla a través de tus vacíos, de tus ganas de volver a empezar, de tu necesidad de sentirte amado sin condiciones.

Cuando decides escucharlo, algo cambia. Dejas de exigirte tanto. Comienzas a mirarte con compasión. Ya no te juzgas por los errores del pasado, sino que reconoces al niño que hizo lo que pudo con lo que tenía. Y en ese acto de comprensión, se enciende una luz nueva en tu interior: la del perdón, la del amor propio, la del regreso a casa.

Tu niño interior no busca que lo rescates, solo quiere que lo tomes de la mano. Quiere que le digas que ahora estás aquí, que ya no tendrá que enfrentar solo el miedo, la culpa ni la tristeza. Quiere correr contigo, crear, reír, volver a confiar. Quiere recordarte que la vida no solo se sobrevive: se siente, se abraza, se disfruta.

Cuando lo integras, todo se equilibra. El adulto aprende a proteger sin endurecerse, y el niño enseña a vivir sin perder la magia.

Entonces comprendes que sanar no es borrar el pasado, sino abrazarlo con amor. Que no hay crecimiento sin ternura. Que no hay madurez sin inocencia.

Tu niño interior eres tú antes de que el mundo te enseñara a tener miedo. Escúchalo, abrázalo, permítele guiarte hacia la libertad emocional. Porque solo cuando lo haces, vuelves a ser completo, y descubres que el verdadero hogar no está afuera, sino dentro de ti.

¿Hace cuánto tiempo no abrazas a tu niño interior y le dices, con ternura y verdad, que ya no tiene que seguir teniendo miedo?

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